SAN JUAN - ARGENTINA

Tal vez aún no son conscientes; quizás el tiempo y la distancia proponga una perspectiva diferente, de modo que tengan juicio para comprender lo que hoy encarnan: Una revolución en su pequeño universo llamado el hockey sobre patines. Ellas son Las Águilas, el seleccionado cinco veces campeón del mundo que, a pesar de no contar con los beneficios del profesionalismo, supo conquistar los corazones de los amantes de la disciplina y, así, convertirse en ejemplo para todos.

 

Allá por el 2002, bautizadas con apodo feroz y -al mismo tiempo- solemne, las integrantes del conjunto albiceleste tomaron la pluma y comenzaron a escribir su historia en las páginas doradas del deporte amateur argentino y, hasta hoy, la tradición se cumple con rigor. Al menos de esa manera lo entienden Lorena Rodríguez y Luciana Agudo, dos emblemas de selección que respiran hockey.

 

Sanjuaninas y compañeras de equipo, las hermana algo más que la camiseta de Argentina o de Concepción, las une una inconmensurable pasión por los patines. De chiquitas -recuerdan-, el sentimiento apareció por arte de magia al ver el juego por primera vez y, a partir de ese momento, el deporte sobre ruedas las encantó para siempre.

 

“Cuando tenía ocho años, sacaba los patines a escondidas de mi hermano y me iba a patinar a la plaza. Hinché para que me llevaran a entrenar hasta que se dio y llegué a Valenciano”, cuenta la reconocida mejor jugadora del mundo Agudo. Por su parte, la capitana del CPC recorrió el camino inverso hasta desembarcar en la práctica del bochín y el stick. “Fue el DT de la escuelita quien me insistió que fuera, cuando tenía once. Merodeaba los entrenamientos, pero no me animaba porque era visto como un deporte masculino. Por suerte acepté y me sumé”, recuerda.

 

Con el paso del tiempo, lo que suponía un atractivo entretenimiento se convirtió en una práctica seria que cobró mayor relevancia con el coqueteo celeste y blanco. Inocentes y novatas, aún no habían comprendido la magnitud de su realidad hasta que se vieron envueltas en el alto rendimiento. Ambas atravesaron el proceso de preselección y, en su segunda convocatoria mundialista, quedaron dentro de la lista. 

 

“Antes de ser tenida en cuenta formalmente, no conocía nada de la Selección, tampoco me había propuesto integrarla”, confiesa la defensora de 30 años y sigue: “Alemania 2004 fue mi primer mundial y fue algo único. No lo planeaba, pero llegó y fue mejor que si lo hubiera imaginado”. Con la misma sorpresa, la talentosa delantera tomó su llamado al representativo nacional: “Era Chile 2006 la cita y poco sabía del equipo, aunque estaba feliz porque lo sentí un premio”.

 

Gracias a sus últimas conquistas, cinco copas mundiales y el reconocimiento internacional, el nombre del ave cordillerana que representan cobró más valor que nunca y su simbología alcanzó tintes de poderío y belleza. Hoy, la historia es distinta. Las niñas que se zambullen en el hockey tienen referentes y no vacilan al expresar sus deseos de ser Águilas.

 

Transformadas en un modelo a seguir para muchas jovencitas, las jugadoras celebran el crecimiento y la popularidad. Sin embargo, proponen mantener viva la llama amateur que enciende su disciplina. “Los niños no deberían tener ansiedad ni tampoco preocupación por conseguir resultados inmediatos. Que disfruten de jugar”, aconsejan las protagonistas al mismo tiempo que alientan a sus seguidoras a luchar por sus sueños y jamás rendirse: “La Selección está al alcance de todas y con esfuerzo, coraje y sacrificio todo es posible”.

 

Cubiertas por un manto de gloria, son capaces de dejar su huella en la historia del deporte local y nacional. Con humildad que sólo caracteriza a los grandes, el combinado albiceleste caló profundo en el sentimiento popular y alcanzó el éxito no sólo por los pergaminos conseguidos sino por el impacto que generó con ellos. Y si hay infinitos que son más grandes que otros infinitos, con alto vuelo, honran su nombre y anidan su hockey en el propio.